Joseph Taylor ofrece breve semblanza de su ilustre trayectoria
Joseph Taylor, Premio Nobel de Física 1993, ríe antes de responder cuánto tiempo invierte en su trabajo, pues, aunque asegura que está retirado, aún acude todos los días a la oficina que tiene en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos.
Su esposa Marietta Bisson comparte la sonrisa al escuchar la pregunta que le hacemos: sabe que se casó con un hombre de ciencia y a ésta le ha dedicado gran parte de su vida.
El doctor Taylor bromea y dice: “Bueno... ella puede estar tranquila, sabe que no estoy con otra mujer, sino en mi laboratorio”. Y es que para los hombres de ciencia las horas pasan rápidamente y parecen pocas cuando se está investigando.
Ya retirado y sin estudiantes de doctorado a su cargo, sigue asistiendo a su oficina en Princeton y ofrece asesorías a investigadores. El Premio Nobel señala que su gusto por la física nació cuando era niño: le atraía la radioelectrónica.
En esa etapa construyó un aparato de radiofrecuencia con el que podía captar las señales que se emiten en el espacio y no sólo las de las estaciones terrestres.
Nadie le enseñó a hacerlo. Sus padres no lo instruyeron. Simplemente le gustaba el tema y aprendió lo necesario en la biblioteca tras consultar libros y revistas sobre el tema.
Con esa información y la asesoría de su hermano, dos años mayor que él, fabricó su primer aparato de radio. En ese entonces, con apenas 12 años, no pensaba en encontrar algo en particular, sino sólo divertirse.
No obstante, su pasión de la infancia lo motivó años más tarde a estudiar física en la universidad. Y esa pasión se convirtió en profesión y en el punto de partida del trabajo que le mereció el Premio Nobel.
Taylor considera que los científicos nacen con un potencial, que deben desarrollar para ampliar sus destrezas.
Buen alumno De niño obtenía buenas notas, pero no siempre excelentes. “Sacaba buenas notas en lo que me interesaba, la física y las matemáticas”, dice.
También le gustaba jugar fútbol americano.
Fruto de su matrimonio con Marietta son sus cuatro hijos: dos hombres y dos mujeres. Se preocupaba de que sus hijos sacaran buenas calificaciones, como un reflejo de su aprendizaje, y los animaba a alcanzar objetivos que les permitieran, a futuro, lograr el éxito en los campos a los que quisieran dedicarse.— Iris Ceballos Alvarado
Fuente: www.yucatan.com.mx
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