sábado, 26 de diciembre de 2009

En defensa de la Navidad

José Antonio CEBALLOS RIVAS

¿Quién trae la alegría a la Navidad? ¿Quién la tristeza? ¿Cuál es, pues, el significado de lo que nos recuerda esta época que nos remonta al milagro de fe que es el nacimiento del hijo de Dios? ¿Cómo encontrar esa esperanza en medio de la enfermedad, los fracasos o las pérdidas irreparables? Navidad es volver a nacer pero, entre todos, la hemos convertido en “volver a comprar”. No es que comprar para regalar sea algo malo. No. “En dar —como decía Erich From— está lo mejor de toda nuestra potencialidad, sobre todo en darse”. Lo malo no está en comprar para dar, sino en comprar para suplir, para olvidar. Y es que en estos días, en muchas ocasiones de sentimientos encontrados, es muy fácil tergiversar el significado de las cosas. En medio de un contexto de luces y tradiciones, uno se embarca fácilmente, a veces sin darse cuenta, en el mismo navío que, por costumbre, recorre las tiendas, las viandas y los abrazos.

Y así, preparan el pavo, amarran los lazos. Estrenan ropaje, colocan esferas, envuelven regalos. Lo malo es que, entre tanto trajín, deja de recordarse lo que no debería olvidarse jamás: que lo que se celebra es lo que el universo todo —muchas veces sin nosotros por nuestros descuidos— no deja de celebrar ni de agradecer: que Dios haya tenido la generosidad inmensa de crearnos, de obsequiarnos la existencia y, por si fuera poco, la delicadeza de hacerse como nosotros para quitarnos el miedo y para reencauzar nuestros pasos perdidos. Para recordar a Jesús no hay que comprar nada. Hay simplemente que vaciar el corazón de cosas y, en su lugar, meterle la humildad de un pesebre, el calor de un borrico y el amor vigilante con el que una madre y un padre cuidan la vida, la inocencia, que es confiada a sus manos. Los seres humanos convivimos inevitablemente, entre otras cosas, con esa paradoja —dolorosa y feliz— que nos llega cuando nos caemos. Caer, perder, fracasar. Y si hay algo que nos caracteriza y que tiene la posibilidad de hacernos fuertes y sabios es la decisión de levantarnos. Por eso, el ser humano, emprende y se arriesga. Porque sabe que puede. Porque sabe que, pase lo que pase, es capaz de levantarse, de volver a empezar, de renacer.

La Navidad tiene también ese cierto agridulce de felicidad y de tristeza. Es cuando volvemos los ojos a nuestra fragilidad y a nuestros errores. Cuando extrañamos a los que se fueron. Pero también cuando decidimos redoblar nuestro esfuerzo y disfrutar lo que hay, lo que queda, lo que viene y vendrá. Por eso la Navidad es el mejor recordatorio de lo que significa volver a nacer.

Luchemos con firmeza y esperanza para que lo que vale la pena no pierda —no siga perdiendo—, su importancia. Para que no pierda —ni siga perdiendo— su sentido el amor, el matrimonio, la paternidad, la hermandad, la amistad, la solidaridad humana y social que nos reclama y necesita. Para que no pierda —no siga perdiendo— su batalla la honestidad, la bondad. Para que no pierda —no siga perdiendo—, su esencia, la Navidad.— Mérida, Yucatán

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